lunes, 27 de enero de 2014

        LIBERTAD… Una maravillosa palabra, con un estupendo significado pero insignificante e inapreciable para cualquiera que la disfruta en toda su plenitud y amplitud de la palabra; como aquella Natalia durante 18 años hasta que conoció lo contrario…
        Y por fin llegamos, allí estábamos todos con nuestras maletas cargadas, sin dejar de hacer inspecciones visuales, esperando las indicaciones para dejarlas en cualquier lugar. Allí estábamos cargados de la más grande incertidumbre, inseguridad, dudas e incluso un poco de ilusión, intentando adivinar qué pasaría, cuál sería el siguiente paso o las siguientes indicaciones… Hasta que llegó ella, una chica de pelo corto, con uniforme azul, (el mismo que anteriormente habíamos visto al chico en la puerta y el que la mayoría de nosotros tendríamos ganas de perder de vista en los siguientes días, meses e incluso algunos, años…), nos separó a las chicas y nos llevó con ella hasta llegar a la puerta de un edificio de ladrillos rojos muy feo, serio, sombrío y muy, pero que muy frío…
        Llevaba unos papeles en la mano y en la puerta una enorme caja. En aquel instante empezó a pasar lista y a separarnos por parejas, con la grandísima e inesperada pero, deseada suerte para mí, ya que me habían puesto de pareja con Elba, esa chica que había conocido nada más poner un pie en la Base, de la que no me había separado en el autobús y de la cual no me separaría en los siguientes 4 meses…  -interiormente no pude evitar suspirar de alivio y dar las gracias por haberme tocado con ella, que era la única que conocía y me parecía una chica genial:- nos dieron unos cubiertos, unas sábanas que serían nuestras durante esos meses, el número de la habitación que nos habían asignado y una invitación al edificio-casa para ir colocando las cosas.
        Al llegar a la habitación descubrimos que la frialdad de aquel edificio deshabitado hasta nuestra ocupación, seguía siendo tan frío para mí como me había parecido en la entrada. Había dos literas, cuatro taquillas grises y cuatro pupitres. No podíamos dejar de preguntarnos donde pondríamos nuestras cosas materiales, la ropa, el calzado, las cosas de aseo, etc. Porque estaba claro que los recuerdos allí solo tenían un lugar y ese era la cabeza y por supuesto el corazón. Pues en ese momento hicimos la cama y dejamos la maleta en un sitio donde no molestase. Mientras esperábamos las siguientes indicaciones nos dedicamos a conocernos un poco Elba y yo y al resto de compañeras.
        Ya después de la cena multitudinaria en aquel comedor, hablando un poco con todas las chicas y chicos, presentándonos y observándonos unos a otros y todos al lugar, a los jefes, etc. Luego un rato en aquel pequeño recinto, al estilo de un parque cualquiera de un barrio cualquiera,  apurando el que sería el último cigarrillo de este intenso día, ya que dentro del edificio estaba prohibido fumar. Las conversaciones se hacían más ruidosas a medida que nos íbamos presentándonos. Allí sería donde posteriormente pasaríamos tiempo todas las noches antes de despedirnos hasta el día siguiente, donde nos contaríamos las impresiones del día y las inquietudes de cada momento, e incluso con los más allegados hablaríamos de nuestros problemas, de las personas a las que echamos de menos, a las que a través del móvil no tendríamos contacto a diario pero si presente en cada momento, en cada situación mala y sobretodo en las buenas… Nos mandaron a las 11 a nuestras “camaretas”, que es como hacían llamar las habitaciones y allí nos despedimos de nuestros ya compañeros hasta la mañana siguiente.
        Después de un “buenas noches, que descanses” a mi compañera Elba, por fin estaba sola conmigo misma, dispuesta a hacer balance de ese día. En aquella cama con sus sábanas blancas y de nuevo sintiendo, pero ahora en mi propio cuerpo, la frialdad de aquella habitación, de aquel lugar… 
        Sin sueño y sin dejar de dar vueltas a mi cuerpo en la cama y a mi cabeza, activada y nerviosa, confusa pero resuelta, sumergida en una burbuja de dudas, y en ese momento que aún no asimilaba donde estaba y lo que ello suponía, intentando no juzgar ni valorar a nadie, ni a nada antes de conocer bien todo lo que me rodeaba, sabía que todo lo que había visto ese día y a todas esas personas que había conocido (que serían mi futura gran familia), no me habían dejado indiferente.
        Ya había pasado el primer día, tenía millones de imágenes de todo lo que había vivido, de sensaciones, entre ellas esa percepción de la soledad aún cuando estás rodeada de gente, de emociones, impresiones buenas y otras menos buenas recorriendo todo mi cuerpo y mi cabeza, tenía ligeras sospechas y teorizaba sobre lo que podría ser el Ejército (que no tendría nada que ver con lo que después viviría allí), de cómo serían aquellos compañeros y sobretodo, como sería yo allí, sola, desabrigada, alejada de todo, empezando de nuevo, conociendo y conociéndome, equivocándome con la gente, afrontando retos, desafíos, nuevos problemas y tomando nuevas e importantes decisiones. Pues a pesar de lo luchadora que soy, había una parte de mí que tenía ese miedo y ese desasosiego por todo lo que me quedaba por vivir. Tenía dudas, incertidumbres, inseguridad, y en aquel momento, una fe limitada en mi futuro…

1 comentario:

  1. Me ha llamado especialmente la atención, Natalia, cuando comentas cómo, una vez en la cama la noche de ese intenso primer día, estabas por primera vez sola y en disposición de hacer balance de lo que habías experimentado. He conectado con muchos momentos parecidos, en los que en un contexto nuevo e incierto uno presta tanta atención a lo que ocurre 'fuera' que necesita distancia y sosiego para intentar explorarlo un poco desde 'dentro'.

    Un placer seguir leyendo tu historia.

    Gloria.

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